¿Cuáles son los mayores desafíos de este trabajo dentro de la cárcel? ¿Y fuera de ella?
Nosotros tenemos como meta que todas las personas puedan reconciliarse con Dios, ese es el mayor desafío.
Mantenerlos en formación dentro de la cárcel, este es un proceso que tiene entre 5 a 7 años. Cuando salen de la cárcel, que puedan seguir su proceso, lleva de 5 a 10 años, es una vida entera.
Cuando uno se relaciona con una persona, tiene que pensar que va a tener que acompañarle por lo menos 20 años, mínimo. No vamos a estar todos los días juntos, pero es un proceso donde uno ve su madurez, su crecimiento.
No podemos ilusionarnos con los arreglos rápidos. Las personas vienen destruidas a la cárcel con 20, 30 años de haber vivido mal y ¿pretendemos que en seis meses cambien? Puede que haya un milagro, pero el cambio involucra el discipulado dentro de la iglesia.
El otro desafío es que el sistema penal cambie, que haya una reforma. Es que el interno responde al trato. Si al interno se le trata bien, hay gran posibilidad de que la persona responda al trato. Es todo un paquete, comienza desde que se baja del vehículo que lo trae preso y de cómo lo reciben ahí. A veces le reciben a patadas, entonces, ¿qué mensaje le estamos dando?
El Estado tiene la responsabilidad de arreglar la reintegración social una vez que salen en libertad.
Nuestro deseo es que esto funcione sin burocracia y sin trabas desde que la persona sale en libertad.
El otro desafío es que el sistema penal cambie, que haya una reforma. Es que el interno responde al trato. Si al interno se le trata bien, hay gran posibilidad de que la persona responda al trato. Es todo un paquete, comienza desde que se baja del vehículo que lo trae preso y de cómo lo reciben ahí. A veces le reciben a patadas, entonces, ¿qué mensaje le estamos dando?
El Estado tiene la responsabilidad de arreglar la reintegración social una vez que salen en libertad.
Nuestro deseo es que esto funcione sin burocracia y sin trabas desde que la persona sale en libertad.